LA
ONDA EXPANSIVA
Huye de la voz
que proclama la justicia del tirano
desde el púlpito de los Dioses
sintiéndose un
Dios,
hablando como un
Dios,
servido como un
Dios,
coaccionando para ser atendido
entre profanas
doctrinas,
insistentemente
en las calles, en los coches,
en las plazas reservadas
por sus perros sin raza,
e incluso,
en el hogar del crédulo
y del indeciso.
Huye de la voz que
sobrevive reclutando
cuerpos disciplinados,
cerebros
disciplinados,
adeptos disciplinados,
huye de esa voz,
porque
el hombre siempre
ha demostrado ser
lobo o rebaño,
juzgador o juzgado,
propiedad o propietario.
Más luego, en lugar a parte,
encerrados en sus propios mundos de ficción,
viven, ajenos a toda esperanza de rescate,
los soldados (sus soldados),
la tierra de la honra (su tierra),
comprados y compradas por la causa (su causa),
zainos,
hipócritas, enchufados,
correveidiles, apunta espaldas,
zancadilleros profesionales, cuervos negros,
lugareños envidiosos,
porta velas oficiales ,
drogadictos del dinero, del sillón
y de despacho
(siempre deshaciéndose en halagos)
y, también
y sobre todo,
y ante todo,
insisto
en lugar aparte,
el botín del traicionado.
Huye de la voz
que proclama la justicia del tirano,
pues te impide escuchar
la palabra del que habla,
el llanto del
necesitado,
la franca risa del libre,
el canto limpio del desadeudado.
Huye
del que promete sujetarte
ante un abismo imaginado
para luego guillotinar
tus manos
y desprender al vacío tus sueños,
y convencerte,
(mientras te
estampas contra el obstinado suelo)
de estar bien remunerado.
Huye compañero, huyamos,
antes de que su onda expansiva
alcance nuestros fracasos,
que ya el hedor de sus bocas putrefactas
ha comenzado a penetrar los sentidos
del huido,
y no hay puerta, no hay tierra,
no hay vida,
a salvo
y yo,
compañero,
no quiero ser reclutado.
Yo, compañero,
te quiero en mí mismo bando.
©Concha González.
Muralla de León. Imagen propia©
Aún recuerdo aquella época, cuando creía en bandos salvadores. Con el paso del tiempo, no se cree ni en la huida. Pero está bien intentarlo, más allá de la certidumbre de que todo es mentira.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Me temo, querido Amando, que ya comparto la misma senda...
EliminarUn abrazo.
Aún recuerdo aquella época, cuando creía en bandos salvadores. Con el paso del tiempo, no se cree ni en la huida. Pero está bien intentarlo, más allá de la certidumbre de que todo es mentira.
ResponderEliminarAbrazos, siempre